Agencia política en el “sostenimiento de la vida” de las caravanas centroamericanas

Segunda época, número 11, enero-junio 2021, pp. 117-136.

Fecha de recepción: 10 de junio de 2020.
Fecha de aceptación: 20 de diciembre de 2020.

Autor: Héctor Parra García1

Resumen2

Este artículo propone algunas reflexiones críticas en torno a la coyuntura actual del auge migratorio transnacional en América Latina. Se recurre al concepto de “sostenimiento de vida” como una categoría clave para comprender la capacidad de agenciamiento de los migrantes al desobedecer el “régimen global de fronteras”, tal y como pudimos constatar en las recientes caravanas migrantes centroamericanas por México (octubre de 2018 a la fecha). Estas caravanas brindaron de seguridad colectiva a grupos más vulnerables como madres solas, abuelas y menores no acompañados. Esta propuesta analítica se adscribe a la discusión sobre la autonomía de las migraciones, el derecho inalienable a la movilidad y la subjetividad del trabajo vivo de los migrantes, como anclajes que brindan una perspectiva crítica sobre las transformaciones del capitalismo neoliberal del siglo XXI.

Palabras clave: sostenimiento de la vida, autonomía de las migraciones, caravanas migrantes, migración centroamericana, movilizaciones sociales.

Political agency in the “life support” of the Central American caravans

Abstract

This article proposes some critical reflections on the current situation of the transnational migration boom in Latin America. The concept of “sustaining life” is used as a key category to understand the agency of migrants when they disobey the “global border regime” as we could see in the recent Central American migrant caravans through Mexico (October 2018 to date). These caravans provided collective security to the most vulnerable groups such as single mothers, grandmothers and unaccompanied minors This analytical proposal is situated in the discussion about the autonomy of migrations, the inalienable right of mobility and the subjectivity of migrant living work, as anchors that provide a critical perspective on the transformations of the neoliberal capitalism of the 21st century.

Keywords: life support, migration autonomy, migrant caravan, central american migration, social mobilizations.

Introducción

Este artículo forma parte de los productos de investigación de una estancia postdoctoral en el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (CELA/FCPyS/UNAM). Supone una investigación descriptiva que nos permite comprender ciertas formas de politicidad de las caravanas migrantes que han transitado en los últimos años por México.

Se pone énfasis en el cúmulo de cotidianidades e imaginarios colectivos que sostienen los proyectos de vida de los migrantes y las potencias que contienen para descentrar los regímenes contenciosos de fronteras, mismos que los sujetan y subalterizan.

El objetivo es mostrar que al igual que otros ejercicios de activismo migrante que les anteceden (caravanas de madres de desaparecidos, acompañamientos pastorales, etcétera), las caravanas centroamericanas a su paso por México supusieron una restitucion de la dignidad de la vida que descentraron la racionalidad necropolítica en que se basa la gestión migratoria por parte del Estado mexicano. Se sugiere comprender estas acciones colectivas migrantes, incorporando la noción de “sostenimiento de vida” como una categoría que resalta el papel de los cuidados —protagonizados por mujeres— en el centro de esta politicidad migrante.

Las recientes transformaciones sociales en América Latina no pueden entenderse sin considerar “las renovadas luchas de las mujeres y las tramas comunitarias que producen” (Gutiérrez, 2018: p. 9). En el centro de estas luchas se sitúa el “sostenimiento de la vida”, el cual representa un principio organizativo que entrelaza los ciclos de reproducción y de cuidados de la vida (material y simbólica) y que gracias a las aportaciones de los feminismos, cobra visibilidad al politizarse las relaciones socio-afectivas que devienen de la colectivización de dichas tramas de “autocuidado colectivo” (Glockner, 2019).

Se plantea como hipótesis que las tramas de cuidados que soportaron el tránsito de las caravanas centroamericanas, representaron no sólo una organización para la obtención de medios de sobrevivencia, sino que dieron lugar a cierta agencia política dado el desafío que supuso la movilidad organizada y segura de familias a la contención migratoria de centroamericanos que el Estado mexicano ensaya desde hace dos décadas.

Las caravanas centroamericanas develan el grado de crisis civilizatoria en que se desarrolla el capitalismo contemporáneo: un régimen de valorización que ha intensificado los procesos de acumulación por desposesión y “cuyas élites no requieren a más del 15% de la población económicamente activa del mundo” (Calveiro, 2020: p. 20) generando así, una gran masa de población sobrante.

Esta crisis migratoria global es contenida a través de lo que Sandro Mezzadra concibe como el “régimen global de fronteras” (2012), esto es, la gestión que los Estados realizan de la tensión entre la hiperexplotación del trabajo —productivo y reproductivo— de los migrantes por medio de políticas migratorias restrictivas y la reducción del excedente de movilidad por medio de políticas de control.

En el caso de Latinoamérica, habría que agregar a la violencia como un dispositivo necropolítico de control de estos éxodos. Se recurre al concepto de “necropolítica” en el sentido de Achille Mbembe (2011) al inscribir la analitica foucaultiana de “biopoder” desde una singular clave de interpretación en donde la muerte es una tecnología específica de gestión de las poblaciones poscoloniales y que funciona a partir de la segregación de aquellas personas que pueden morir de las que deben vivir, instaurando así “el nacimiento de una forma inédita de gubernamentalidad que consiste en la gestión de multitudes, particularmente diaspóricas” (Mbembe, 2011: p. 62) como lo son los flujos migratorios actuales.

Para los migrantes centroamericanos el territorio mexicano se está convirtiendo en una gran frontera y, como tal, contiene espacios porosos cada vez más difusos y peligrosos; “Zonas grises” del “capitalismo criminal” (Estrada, 2008) en donde la violencia, la desaparición y el exterminio se convierten en formas de valorización muy rentables para los grupos de poder delincuencial.

En octubre de 2018 el arribo a la frontera entre México y Guatemala de más de seis mil migrantes centroamericanos integrantes de la llamada “caravana migrante”, marcó un punto de inflexión en los flujos migratorios que continuamente llegan a la frontera mexicana para intentar llegar a Estados Unidos. Esto se debió no tanto al número de personas que lo conformaban, sino al hecho de hacerlo de forma masiva, organizada y con un sentimiento de pertenencia colectiva.

Ello supuso la visibilidad y denuncia del derecho a migrar en condiciones dignas y de seguridad, así como la necesidad de colectivizar proyectos migratorios por medio de redes de apoyo y de cuidados, ya que en sus contigentes transitaban organizaciones de la sociedad civil, familias y grupos de proximidad que fueron conformándose durante la caravana.

Los migrantes caravaneros han conseguido, además de una transmigración segura y autoprotegida, una visibilidad mediática que los ha vuelto a poner en la discusión política de los Estados receptores, colocando a los migrantes como un problema seguridad nacional. En Estados Unidos, por ejemplo, las políticas migratorias han experimentado un desvío a la inversión en seguridad fronteriza y la creación de mayores centros de detención, exacerbando así el clima de polarización y de xenofobia hacia las comunidades migrantes que persiste en la sociedad norteamericana.

En este contexto de violencia y estigmatización, las tramas organizativas que hicieron posible la primera “caravana migrante” nos muestran la reproducción de toda una cultura migratoria que ha existido en Centroamérica desde las primeras oleadas migratorias en la década de 1970, impulsadas por diversos estallidos sociales y conflictos armados (El Salvador en 1979, Guatemala entre 1982 y 1986, por ejemplo).

Desde una perspectiva política, podemos comprender las caravanaa migrantes como formas subversivas de los sectores subalternos del neoliberalismo en América Central. Una forma de lucha migrante que en su práctica de movilidad, evidencia el derecho de “fuga a la muerte en vida” (Mbembe, 2011) que ha representado la gubernamentalidad del neoliberalismo en la región.

Desde una perspectiva autonómica, las caravanas nos ayudan a comprender que los migrantes ejercen de facto su ciudananía y, al hacerlo, subvierten el orden de la gubernamentalidad del neoliberalismo. Tal y como señala Nicolas De Génova (2013), la potencia radical o la fuerza disruptiva de algunas luchas migrantes[1] derivan de su “afirmación de incorregibilidad”, o el rechazo a codificarse a sí mismas en el marco de la convención del “lenguaje político del Estado”, es decir, en el marco de los derechos y las ciudadanías.

De este modo, el punto de partida se fundamenta en el derecho a sostener la vida: un derecho inalienable que da fundamento al ejercicio de ciudadanía de los migrantes. Bajo esta premisa surgen las siguientes interrogantes:

¿A partir de que marcos analíticos podemos comprender las tramas sociales que conforman estas formas novedosas de migrar?

¿De qué forma las experiencias de movilidad colectiva de la “caravana migrante” conducen a la subjetivación política de los migrantes centroamericanos?

¿Es posible pensar en el “sostenimiento de vida” como un principio organizativo de las luchas migrantes en el contexto necropolítico de la gubernamentalidad migratoria del siglo XXI?

Este artículo se compone de tres momentos. En un primer momento se presenta una reflexión conceptual sobre algunas categorias que reflexionan sobre el potencial político que tienen las caravanas para subvertir la contención necropolítica de las migraciones. En primer lugar se presenta el concepto de “régimen global de fronteras” con el que Sandro Mezzadra (2012) define al complejo sistema de estructuras tecno-políticas que ayudan a los Estados a contener y gestionar la migración.

La gestión de la migración por medio de la “gubernamentalidad” (Foucault, 2006) de las subjetividades migrantes se desborda, al menos, por dos fenómenos  de la realidad en México:

  1. Un escenario necropolítico en donde la violencia y la muerte hacia sujetos desechables (en este caso, los migrantes centroamericanos) se impone como una lógica de valorización del capitalismo del siglo XXI.
  2. Un horizonte comunitario en ciernes, en donde los proyectos migratorios han abierto diversas funciones de cuidado y colectivización y que han erosionado las fronteras entre el trabajo productivo y reproductivo de los migrantes.

Entender la migración desde la autonomía de los sujetos que la protagonizan, invita a una revisión de las dimensiones subjetivas e identitarias (lazos familiares, imaginarios, horizontes de vida etcétera) del hecho migratorio.

Se considera como agencia política a la capacidad de acción con la que cuentan los sujetos para lograr interpelar la estructura normativa de dominación que los disciplina, produciendo con dicha praxis otras identidades por medio de la (auto)conciencia.

Una revisión a contrapelo de las diversas genealogías de estas caravanas migrantes nos ayuda a comprender que en las prácticas vitales de los migrantes se encuentra una de las fuerzas constitutivas —y a la vez antagónica— más importantes del capitalismo global del siglo XXI.

En un segundo momento desarrollamos una breve genealogía de los procesos migratorios de Centroamérica de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI. Asumiendo que esta reseña histórica es limitada, el objetivo está en brindar algunos ejes analíticos que nos permitan comprender el surgimiento de las caravanas migrantes: sus actores, sus trayectorias, sus proyecciones, etcétera.

Finalmente, en un tercer apartado se presentará una breve crónica de las recientes caravanas, resaltando algunas tramas de cuidados que visibilizaron un tipo particular de agencia política de los migrantes y que pudimos constatar a partir de 5 testimonios retomados de entrevistas ya publicadas por otros investigadores (Varela, A. y McLean, L., 2019; Glockner, 2019) y que representan las fuentes primarias de información.

Con ello se mostrará que las caravanas suponen la manifestación de un expertise migratorio que prevalece en Centroamérica debido a constantes conflictos territoriales, pero tambien por las redes familiares que se han generado desde hace décadas tanto en México como en Estados Unidos.

En este sentido, partimos de la premisa de que el impulso vitalístico de sostenimiento de la vida —manifiesta en el expertise migratorio de los migrantes centroamericanos— tensiona la gestión necropolítica de las fronteras a partir del agenciamiento político de los migrantes, posible gracias a la empatía y solidaridad entre migrantes, así como por el despliegue de una red colectiva de cuidados que soportaron las caravanas.

Régimen global de fronteras, autonomías y sostenimiento de la vida. Aproximaciones conceptuales

En años recientes han abundado diversos estudios (Varela, 2019; Canelo, 2013; Domenech, 2020; Gago, 2015; Parra, 2019) que desde la realidad latinoamericana problematizan las nuevas formas de subjetividad y agenciamiento político migrante que ocurren «en” y “por”, pero también “en contra” del capitalismo.

Las recientes transmigraciones en la región —como por ejemplo la migración haitiana y venezolana por toda Latinoamérica, así como la migración centroamericana hacia México y Estados Unidos— nos muestran un escenario que si bien no es inédito, es novedoso en el sentido del ritmo y diversificación de los lugares de destino.

Estas movilidades masivas muestran el grado de intensidad y deterioro territorial que se ha generado en las últimas décadas. Develan también la penetración del complejo sistema de gestión y control de la población a partir de la interiorización de las relaciones de mercado en la subjetividad de los individuos, algo que Michael Foucault (2006) denominó “gubernamentalidad” y que en el terreno de este auge migratorio puede ser leído como la interiorización de la responsabilidad del “fracaso económico” de los individuos que debe ser resuelto por medio de su movilidad a otros espacios de valorización.

Resulta importante partir del campo de las subjetividades (el denso cúmulo de comportamientos, imaginarios, memorias y esperanzas que atraviesan los proyectos de movilidad), para comprender el dinamismo que constituye este auge migratorio transnacional. Se resaltan dos aspectos.

En primer lugar, por la necesidad de descifrar los actuales fenómenos migratorios desde dimensiones de la realidad que vayan más allá de la relación del binomio capital-trabajo, partiendo desde una perspectiva que vislumbre la acción de los migrantes y el campo político que abren sus  movimientos.

Por otro lado, incorporando los horizontes de deseos, los cálculos de vida y las memorias colectivas que subyacen a los proyectos migratorios, podemos comprender los diferentes ángulos en que ocurre la ingobernabilidad de la migración y, con ello, descifrar las vías de fuga de las políticas de contención de la migración por parte de los Estados receptores.

Desde la realidad europea han emergido desde la década de 1990 diversos conceptos que problematizan los enfoques estructurales y nacionalistas de las teorías dominantes de la migración. La categoría de “trabajo vivo”, con la que Sandro Mezzadra (2012) problematiza el trabajo productivo y reproductivo de los migrantes, es considerada como una fuerza motriz del capitalismo. Según Mezzadra, “podría decirse que no hay capitalismo sin migración y que el régimen que intenta controlar o atenuar la movilidad de mano de obra juega un papel estratégico en la constitución del capitalismo y las relaciones de clase” (2012: p.164).

A partir de esta linea argumental Mezzadra plantea que una parte importante de la historia del capitalismo es resultado de las luchas y tensiones que se producen por la “valorización” y la “contención” de la movilidad de la mano de obra, y cómo estas subversiones conforman subjetividades (modos de vida, deseos, hábitos) que pueden interpelar las sujeciones de la población “sobrante” del régimen de acumulación capitalista.

En el caso de la migración transnacional, la crisis sistémica del capitalismo global —y la subsecuente emergencia del neoliberalismo como ideología dominante— supuso la instauración de la irregularización de los flujos migrantes para la obtención de mano de obra flexible, barata y obediente, como un requerimiento estructural del proceso de acumulación de capital. Ello ha supuesto la exclusión estructural y permanente de los migrantes “excedentes”, pero indispensables para la liberalización de la fuerza de trabajo.

Desde el comienzo del neoliberalismo se ha consolidado un sofisticado complejo de reglas, procedimientos y técnicas de control que regulan el flujo migratorio en todos los países y cuyo objetivo no es cerrar definitivamente las fronteras, sino establecer un sistema de contención que permita “un proceso activo de inclusión del trabajo de los migrantes a través de su ilegalización” (De Genova, 2002: p. 171).

A este sistema que permite la formación de una economía global donde la migración juega un papel determinante podemos definirlo como “régimen global de fronteras” (Mezzadra, 2012), un nuevo paradigma ya que, actualmente, la subordinación de la fuerza de trabajo está vinculada con la “producción de irregularidad” del trabajo vivo de los sujetos sobrantes. A decir de Mezzadra:

Mediante la vigilancia de sus fronteras y las políticas de ciudadanía, los Estados-nación intervienen día a día (y bajo condiciones impuestas por un régimen global emergente de gestión de la migración) en un proceso continuo destinado a constituir política y jurídicamente los “mercados internos de trabajo” (2012: p. 172).

La implementación de este “régimen global de fronteras” en formaciones estatales tan “aparentes” (Zavaleta, 1984) como son los Estados en Latinoamérica, resulta de mayor complejidad; sobre todo por la implementación —por parte de poderes estatales, paraestatales, privados y delincuenciales— de técnicas de control a partir de la violencia y la muerte.

Algunas investigaciones (Varela, 2015; Calveiro, 2020; Valencia, 2010) nos muestran, desde el contexto migratorio mesoamericano, las formas en que el proyecto de externalización de las fronteras, por parte de Estados Unidos hacia México y Centroamérica, ha transformado a dichos países en territorios-frontera, donde se impone la necropolítica como forma de valorización a través del despojo y la muerte de los sujetos más vulnerables.

En el caso de México, la llamada “guerra contra el narcotráfico” impulsada en 2006 por el presidente Felipe Calderón Hinojosa, incrementó la violencia en todo el territorio nacional —debido a la dispersión de los grupos de poder del narcotráfico— generando una ampliación de las actividades delictivas de los cárteles, entre las cuales se encuentran el secuestro, la trata, la esclavitud y la extorsión hacia los migrantes. El Estado mexicano, lejos de solventar la seguridad en los flujos migratorios, conecta con este escenario de violencia, para ampliar sus dispositivos de control de la población a través de una supuesta “ausencia y opacidad”, situación que es posible debido al contexto de total impunidad y de corrupción en todos sus niveles institucionales.

Este escenario necrótico de violencia y de vulnerabilidad hacia la vida de los migrantes ha tenido como respuesta la auto-organización de los propios sujetos que transitan a partir de diversas estrategias y organizaciones de resistencia y sobrevivencia (solidaridad radical del entorno, trabajos e intercambio de favores durante el tránsito, imaginarios espirituales de protección, vínculos con organizaciones de apoyo a migrantes, etcétera), mismas que se vieron reflejadas en las recientes caravanas provenientes de Centroamérica. Estas acciones colectivas develan la importancia de la autonomía de las migraciones, en tanto que se ensayan form          as de politicidad que desde hace décadas han desafiado al régimen necrótico de la contención migratoria.

Entendemos por “autonomía de la migración” a las formas de subjetivación política que subyacen a las acciones colectivas que transgreden el orden de cosas que los subordina. Las caravanas migrantes supusieron una forma más de cuestionamiento del orden jurídico que ha soportado el régimen global de fronteras. Al migrar “sin papeles” se ejerce un derecho de ciudadanía; son ciudadanos en tanto ejercen su derecho a la movilidad, al margen del estatus legal que les marca un documento migratorio.

Así, las caravanas suponen un ejemplo, entre muchos otros, de cómo el sostenimiento de la vida acciona un cúmulo de resistencias colectivas (costumbres, memorias, imaginarios populares, etcétera) en la manifestación política del derecho a la búsqueda de una vida digna. Como señala Cristina Vega “apropiarse de la capacidad de cuidar es una forma para valorar la vida colectiva que desplaza el beneficio y la atomización capitalista” (2018: p.15) y se hace patente. Foucault señaló que la lucha contra estas relaciones de poder del capitalismo del siglo XXI debe “tomar como punto de partida las formas de resistencia a los distintos tipos de poder […] la política es ni más ni menos, lo que nace de la resistencia a la gubernamentalidad” (Foucault, 2006:  pp. 450-451).

A pesar de su heterogeneidad, dispersión y corta temporalidad, las caravanas migrantes representan un antagonismo a las relaciones de poder que sustentan la gubernamentalidad de la migración, ya que suponen una transformación en estas formas de movilidad en varios sentidos:

  • Colectivizando los proyectos migratorios, emerge una autoconciencia crítica sobre la desigualdad económica que atraviesa a los migrantes.
  • Ponen en el centro de la acción de movilidad el cuidado y la protección colectiva entre migrantes.
  • Evidencia el despojo territorial y la violencia estructural que ha supuesto la implantación del neoliberalismo en Centroamérica y que podemos entender como parte de una crisis civilizatoria global.
  • Desnaturalizan y visibilizan la violencia que sufren los migrantes durante sus travesías.
  • Desinstrumentalizan a los organismos y redes de “ayuda” de migrantes sobre las que se soporta la gubernamentalidad de la migración.
  • Por medio de la desobediencia civil y colectiva interpelan al orden jurídico del control de fronteras al visibilizar su única función de contención.
  • Conectan con la hospitalidad consolidada hace décadas en la sociedad mexicana, transformando las visiones mediáticas y estigmatizadoras de la migración ligada a la violencia y la barbarie.

Genealogías de la migración centroamericana. Guerrilla, neoliberalismo y desplazamientos forzados

La migración centroamericana ha conformado a lo largo de todo el siglo XX un expertise migratorio. Una múltiple “trama de significaciones” (Geertz, 1988) que los migrantes han construido y que operan en múltiples niveles de acción.

En el caso de las caravanas migrantes más recientes, éstas fueron posibles gracias a diversos capitales culturales previos, es decir, un cúmulo de distintas redes informales de contactos personales, de vínculos familiares, de relaciones de proximidad y del conocimiento que se tiene del lugar de destino. Dicho capital migrante se ha transmitido de manera inter-generacional, siendo quizás las experiencias más indelebles los éxodos forzados en los periodos de mayor convulsión social y política de las décadas de 1970 y 1980.

A nivel económico existen múltiples causas estructurales que han detonado el flujo de migrantes centroamericanos, principalmente hacia Estados Unidos y México. Las economías de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua han producido, de manera histórica, una fuerza de trabajo excedente, tanto en el sector rural como en el urbano, debido a la incapacidad de ser absorbida por las estructuras productivas de enclave y de alta especialización que prevalecen en los tres sectores económicos de estos países.

Esta condición histórico-estructural de desigualdad socioeconómica ha supuesto un caldo de cultivo para la emergencia de distintos conflictos civiles y de movimientos de liberación nacional, siendo Nicaragua el único país donde prevaleció un gobierno progresista de corte izquierdista.

A inicios de la década de 1980 con la llegada de Ronald Reagan a la presidencia de Estados Unidos se intensificaron las políticas intervencionistas sobre la política de Centroamérica, cuyo propósito fue aniquilar a las guerrillas y movimientos de izquierda. Para muchos investigadores (Morales, 2007; Sandoval; 2015; Contreras, 2018) se considera este periodo como el origen de las diásporas centroamericanas de nuestros días.

En la región se reprodujeron auténticas masacres y mutilaciones de la vida comunitaria de vastas regiones rurales en resistencia, a través del financiamiento del Departamento de Estado de Estados Unidos a gobiernos militares —como el de Guatemala y El Salvador—, el entrenamiento de grupos paramilitares —como los “kaibiles” — que sirvieron para desestabilizar por medio de la violencia a estos movimientos insurreccionales. Según Jenny Pearce el número de muertos por estos conflictos armados se estima en 300,000, dejando a más de dos millones de personas desplazadas en América Central (Pearce, 1998: p. 590-591), muchas de las cuales se dirigieron hacia México y Estados Unidos. Estos flujos de refugiados crearon amplias comunidades de migrantes provenientes de Centroamérica en Estados Unidos. Estos primeros éxodos (atravesados por diferencias de origen étnico-nacional, por brechas inter-generacionales y por escalas de tránsito) explican en gran medida el flujo migratorio actual hacia este país.

A este escenario de devastación social habría que abonar que entre las décadas de 1980 y 1990 se impuso un “reajuste estructural” en las economías de la región que consistió en una serie de reformas de apertura comercial, de híper-explotación de recursos naturales y de privatización de empresas públicas a favor de un pequeño grupo de empresas multinacionales. A este periodo se le conoce como de “democratización” en la región.

En el año 2000 se firmó el tratado de libre comercio entre América Central y Estados Unidos (Central American Free Trade Agreement, CAFTA). La implementación de estos acuerdos comerciales ha generado una mayor intensificación en los niveles de pobreza y degradación social. Según datos de la Comisión Ecónomica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en 2018, 55.7% de los hondureños eran pobres, al igual que 34.5% de los salvadoreños y 50.5% de los guatemaltecos, muy por encima de la media latinoamericana 28.2% (CEPAL I, 2019). En materia educativa, en 2017 sólo 43.6% de los guatemaltecos se matriculó a nivel secundaria, los mismo que 43.8% de los hondureños y 60.2% de los salvadoreños (CEPAL II, 2019).

Ante la falta de oportunidades y bajo condiciones sociales extremadamente desiguales, es fácil comprender el clima propicio para la expansión de grupos delicitivos que han logrado imbricarse en los flujos económicos de diversas regiones de Centroamérica. Excede a este artículo rastrear el surgimiento de las tramas criminales que ejercen violencia en Centroamérica, muchas veces hipervisibilizadas por los medios de comunicación como “las pandillas de las maras”. No obstante, podemos decir que la deportación, desde Estados Unidos, de alrededor de 250,000 centroamericanos que cumplían alguna sentencia judicial —generando una red transnacional de grupos delincuenciales que conectan bandas criminales de centroamérica con pandillas de las principales ciudades de Estados Unidos— y la entrada de algunos cárteles mexicanos a Centroamérica, ha allanado el terreno para el comienzo de una economía criminal, basada en la extorsión generalizada y bajo la connivencia de los gobiernos nacionales centroamericanos.

Así, la migración centroamericana tiene por origen lo que Amarela Valera (2020) llama una fuga a la “trinidad perversa”, es decir una movilidad que surge como respuesta a las dimensiones de la violencia que padece el conjunto de la población de América Central: las violencias del mercado, del Estado y del sistema patriarcal. Estas violencias responden a una gubernamentalidad necropolítica ejercida desde los Estados en la región, en donde el despojo territorial, la marginalidad social y la falta de acceso a derechos políticos conducen al éxodo sistemático de amplios sectores sociales, en un ejercicio de fuga de la muerte.

Desde esta perspectiva, podemos entender la migración centroamericana como un fenómeno de expulsión forzada; proyectos migratorios que no persiguen sólo el alcance de mejoras económicas, sino que se busca huir de la muerte y de la violencia estructural. El siguiente testimonio del colectivo Movimiento Migrante Centroamericano, brinda una dimensión de realidad al respecto:

No se pueden quedar y no tienen a dónde ir, expulsados por la pobreza y la amenaza inminente de muerte en el país de origen; extorsionados por el crimen organizado, secuestrados y ejecutados en el país de tránsito, y deportados si logran llegar al país de destino […] siete de cada diez migrantes entrevistados refieren que vienen huyendo de sus países por amenazas de muerte, extorsiones o asesinato de algún familiar, bien sea a mano de las pandillas o de “los narcos” y se ha convertido en práctica común que las pandillas intenten reclutar a menores de edad para actuar como informantes o para vender drogas en las escuelas y, de no aceptar, son ejecutados (Sánchez, 2015a: p. 4).

Como antes señalamos, el tránsito de los migrantes centroamericanos por territorio mexicano se ha tornado híper-violento a partir de la llamada “guerra contra el narcotráfico”. Los migrantes centroamericanos se ven acosados de manera permanente por la versión “gore” (Valencia, 2010) del capitalismo mexicano, una industria transnacional del narcotráfico que amplía sus actividades delictivas por medio de la extorsión, la trata, la esclavitud y el secuestro de migrantes, y que opera con plena impunidad gracias a la complicidad de ciertos funcionarios del Instituto Nacional de Migración (INM) y por la aplicación discrecional y contenciosa de migrantes que permite el Plan Frontera Sur, firmado por México y Estados Unidos en 2014.[2]

¿De qué forma los migrantes centroamericanos pueden romper la contención necropolítica en que se ha convertido el territorio mexicano? Considero que una mirada desde la autonomía de las formas de movilidad y de resistencia que han accionado los migrantes en las caravanas supone un punto de partida clave para encontrar vías de fuga a este orden contencioso.

Crónica de las caravanas migrantes (2018-2019). Modos de representación y resistencias autogestivas

Desde 2011 las personas que migran desde Centroamérica lo han hecho de manera masiva y colectiva, respondiendo a convocatorias que se realizan a través de redes sociales. Tienen el antecedente de la “Caravana de Madres Centroamericanas”, el primer “Viacrucis Migrante” y las “Caravanas por la Paz” del movimiento encabezado por Javier Sicilia contra la guerra en México.

De estas experiencias se recupera la estrategia de lucha por medio de la visibilidad que dan los movimientos sociales y que combina el acompañamiento humanitario con la lucha por el reconocimiento de sus derechos de migrar por territorio mexicano. A decir de Amelia Frank y Margarita Núñez:

La caravana de migrantes fusionó este tipo de demandas “sin disculpas” por el derecho a existir, en la que las personas se mueven a través del territorio sin pedir permiso y, al hacerlo, tienen un impacto real en el discurso público y la política (Frank y Nuñez, 2020: p.38).

Podemos comprender las caravanas migrantes como la cristalización de múltiples formas de resistencia y lucha migrante, que se han puesto en juego en colaboración con una amplia red de actores políticos: red de migrantes deportados, defensores de derechos humanos, medios de comunicación, agencias de cooperación internacional, funcionarios estatales y el apoyo de la sociedad civil de los territorios por los que circulan.

En lo que respecta a estos actores políticos que acompañan a los migrantes en las caravanas, podemos decir que desde que se ha recrudecido la violencia hacia los migrantes que transitan por México, han emergido diversos colectivos (redes de apoyo migrante de la “iglesia de los pobres”, comités de familiares fallecidos y desaparecidos en todos los países de Centroamérica, redes de casas del migrante, Pueblos sin fronteras, entre muchos otros) que apelan a la denuncia de los sistemas de contención migratorio de Estados Unidos y México.

Estas organizaciones de la sociedad civil y religiosa apelan a una polítización de los sujetos que migran a través de su acompañamiento político y no así de su asistencia humanitaria. Este cambio de sentido, resulta importante, ya que se ha generado al interior de las asambleas y convocatorias de este tipo de organizaciones, nuevas estrategias políticas de visibilidad y de reconocimiento fáctico de la libertad de tránsito de los migrantes.

La primera caravana centroamericana fue convocada el 12 de octubre de 2018 en San Pedro Sula, Honduras a partir de diversos grupos de Whatsapp. En pocos días esta caravana congregó entre 4,000 y 10,000 personas, las cuales arribaron a la frontera entre México y Guatemala el 19 de octubre de 2018.

Desde el comienzo de la convocatoria la caravana recibió la atención mediática del gobierno de Estados Unidos. A través de Twitter, Donald Trump calificó a la caravana de “amenaza nacional” en donde se “incluyen muchos criminales”. A su vez, el presidente de los Estados Unidos exhortaba a México, El Salvador, Guatemala y Honduras a detener este “ataque migratorio” (Galván, 2018).

Desde el inicio se construyó una estigmatización mediática de los caravaneros en donde tópicos como inseguridad, ilegalidad y conflictividad fueron claves para sus posteriores representaciones en los medios de comunicación. Por ejemplo, las imágenes de una turba de migrantes apedreando la valla policial que resguardaba la frontera mexicana, reforzaron los estereotipos de los migrantes como conflictivos, perezosos, violentos e invasores, sin que se contextualizara que dichas acciones fueron la respuesta a la opacidad burocrática del servicio del INM que ensayaba la política de desgaste por espera, misma que aplicaría de forma sistemática en las posteriores caravanas.

El cénit de estas representaciones negativas de la prensa hacia la caravana migrante llevó a procesos extremos de estigmatización, como es el caso de “lady frijoles”, una migrante hondureña que se quejó por el alimento que recibió en un albergue. En redes sociales, la nota se convirtió en trending topic a nivel nacional y supuso la hipervisibilidad, en cuanto a las diferencias culturales de los migrantes centroamericanos y su falta de respeto a la solidaridad del pueblo mexicano. Estos procesos ocultan las históricas afinidades identitarias entre mexicanos y centroamericanos como pueblos que comparten una parte de la culturalidad de la región mesoamericana.

A pesar de este clima de estigmatización mediática, la caravana migrante recibió de la sociedad civil mexicana y de la caravana paralela de organizaciones de derechos humanos que la acompañaba formas variadas de hospitalidad, como albergues y recibimientos festivos en Chiapas, Oaxaca y la Ciudad de México:

Uy, no vea cómo nos ayudaba toda la gente, nos daban agua, nos recibían con ollas de comidas, cada pueblo que íbamos alcanzando la gente fue muy solidaria, en la capital hasta nos quedamos semanas, porque harta solidaridad que nos tocó, mire por ejemplo, yo en la caravana conocí los chilaquiles, ahora me los preparo yo. (Entrevista a Francisco J., caravanero hondureño, diciembre de 2018; en Varela, A. y McLean, L., 2019: p.170).

Estas muestras de solidaridad y hospitalidad contrastaron con ciertos discursos y acciones xenófobas de algunos gobernadores y alcaldes, sobre todo en los Estados del norte y occidente. Por ejemplo, el alcalde de Tijuana, Juan Manuel Gastélum (Partido Acción Nacional) recibió a la caravana con un discurso abiertamente xenófobo que la consideraba como un peligro para la seguridad y tranquilidad de la ciudad: “no me atrevo a calificarlos como migrantes […] son una bola de vagos y mariguanos” (Camahji, 2018) replicó Gastélum, conformando un discurso racista que tuvo resonancia en algunos sectores de la población tijuanense y que se vio cristalizado en una manifestación anti-inmigrantes en la zona de Playas, Tijuana (16/11/2018).

A su paso por distintas ciudades del centro y norte del país, se fueron sumando distintos migrantes que vieron en la caravana una oportunidad segura de tránsito:

Nosotras nos animamos a irnos con ellos cuando los vimos pasar, así en la ruta, llevábamos meses atoradas en Querétaro (México), porque no conseguíamos juntar para seguir subiendo, por eso, cuando los miramos, sobre todo a las señoras que llevaban a sus guaguas, nos juntamos, así conseguimos llegar a Tijuana (Entrevista con Norma L., caravanera guatemalteca, enero de 2019; en Varela, A. y McLean, L., 2019: p.169).

Finalmente el grueso de la caravana arribó a Tijuana, seis semanas después de su cruce por la frontera entre México y Guatemala. A su llegada a esta ciudad-tapón de la migración global, gran parte del contingente —conformado principalmente por familias— se agolpó en largas filas de espera para solicitar asilo a las autoridades migratorias norteamericanas. Existieron también intentos por atravesar en masa el muro fronterizo más controlado del mundo.

Los grupos corrieron con niños en brazos y carriolas atravesando la canalización, hasta la avenida Vía de la Amistad y cruzaron un segundo puente vehicular hasta llegar a las inmediaciones de la garita peatonal este. A un costado de la garita se encuentran las vías del tren que llegan hasta los límites del muro fronterizo, en donde los migrantes intentaron cruzar a través del cerco de lámina, sin embargo fueron recibidos con gas lacrimógeno por agentes de Estados Unidos. Para las dos de la tarde, la mayoría de los migrantes habían comenzado su retorno a las instalaciones de la unidad deportiva Benito Juárez, ubicada en la zona centro (Torres, 2018: párrafo 3).

En enero de 2019, el entrante Gobierno de México facilitó un plan de visas humanitarias y de tránsito, que permitía un año de estancia con derecho a trabajar y que incentivaba a los migrantes a quedarse en México. La estrategia de otorgamiento de visas del gobierno mexicano viró radicalmente en junio de 2019, debido a las presiones comerciales del presidente estadounidense Donald Trump. Le sucedió una política de confinamiento en la frontera sur de México con Guatemala a través del despliegue de la recién creada Guardia Nacional, el polémico cuerpo de seguridad pública nacional cuya dirigencia es militar.

Desde la puesta en marcha de esta política de contención, se desincentivó el surgimiento de nuevas caravanas —por lo menos de esa envergadura— y se limitó el acceso de visas humanitarias a la permanencia en el entidad federativa desde donde estas se solicitan (mayoritariamente el estado de Chiapas). Ello ha generado un retorno al panorama de inseguridad, extorsión e invisibilidad hacia quienes continuarán intentando fugarse de la violencia de Centroamérica:

No, ahora, después de lo del ejército que recién pusieron, ya no ha habido otras convocatorias, más bien cambiaron las reglas, pero sobre todo subieron los costos. Figúrese, en la misma estación (Central de San Pedro Sula), ahí ve usted a familias enteras, se las llevan, que dizque 7,000 dólares por adulto o niño que suba solo, y 3,000 por niño que traigan los adultos, pero la cuota esa es para llevarlos a entregarse a la migra gringa, nomás por atravesar México (Entrevista telefónica con Javier J., caravanero hondureño —detenido en Estados Unidos durante 96 días y deportado a San Pedro Sula—, junio de 2019; en Varela, A. y McLean, L., 2019: p. 169).

En el trascurso de las caravanas migrantes se desarrollaron algunas estrategias de cuidados colectivos que, desde mi punto de vista, son experiencias de resistencia que los migrantes ya ensayaban en sus proyectos migratorios anteriores y que lograron potenciar en estas nuevas movilidades colectivas.

La primera forma de resistencia, que a su vez comprende diferentes estrategias, es la de sostener la vida durante el tránsito. A diferencia de los proyectos de movilidad individual, las caravanas constituyeron un espacio social en movimiento que servía de referencia para la distribución de víveres recolectados, así como la organización para la obtención de alimentos, hospedaje y protección.

Sin este tipo de organización colectiva, resultaría imposible el tránsito de niños, adolescentes y madres solteras que, según estimaciones del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), formaban la tercera parte de la segunda caravana (EFE, 2018). Retomo un testimonio realizado por Valentina Glockner sobre las estrategias de movilidad y protección que supuso la caravana para una abuela que viajaba con sus nietos:

Un ejemplo es el caso de una abuela que tenía a su cargo a una niña de 9 años y dos niños de 4 y 11 años respectivamente, que había salido de El Salvador huyendo luego de que sus nietos quedaron huérfanos a causa del asesinato de su hija a manos de las maras. Ella refería que antes de la caravana nunca se habría imaginado que tendría el valor de migrar sola con sus tres nietos y que tampoco hubiera sido posible otra alternativa, frente a la imposibilidad de reunir dinero suficiente para costear el servicio de coyotes para todos. Como parte de las ventajas que la movilidad colectiva le habría brindado, durante el trayecto, ella habría formado una alianza con dos madres más que también viajaban con sus hijos pequeños (Glockner, 2019: p. 156).

Este relato nos muestra cómo una solución colectiva de las necesidades elementales da pie a la conformación de redes de cuidados —basadas en solidaridad, apoyo mutuo y sororidad— mismas que desbordan los objetivos iniciales de alimentación y protección. Continuando con este testimonio:

Ellas se encontraron gracias a la caravana y dentro de ésta construyeron su propio ejercicio de colaboración que les permitió cuidar a los niños, captar mejor los escasos recursos disponibles: información, medicina, consultas médicas, alimentación, etcétera; poder hacer largas filas de espera representando a todo el grupo y sin someter a los niños a ese desgaste ni poner en riesgo de perderse […] los niños/as refirieron sentirse cuidados y protegidos por las otras madres y también por los integrantes del grupo mayoritario (Glockner, 2019: p. 157).

La dimensión de género cobra relevancia en estas estrategias de preservación de las vidas más vulnerables. Sin la empatía que supone cuidar la vida en colectivo —sobre todo por el protagonismo de mujeres jefas de familia— la adhesión de los grupos más vulnerables a la caravana no hubiese sido posible y con ello, quizás no se hubiera adquirido la visibilidad política que representó esta manera colectiva de migrar.

Las caravanas migrantes significaron para muchos de estos grupos vulnerables la posibilidad de encontrar un ambiente de protección y de soporte emocional. Las redes de cuidado colectivo dieron paso a nuevas formas de identidad entre migrantes: los caravaneros que migran colectivizando una diversidad de recursos sociales (contactos, información, conocimientos, capacidades de movilidad, etcétera).

La seguridad colectiva es quizás el mayor aliciente para migrar en caravana. Las condiciones de protección que surgieron dieron pie a mayores formas de asociación entre los caravaneros, rebasando situaciones de incertidumbre y desconfianza que prepoderaban en anteriores proyectos individuales de movilidad.  Aunque las caravanas migrantes supusieron en todo momento una movilidad dispersa y poco coordinada por parte de sus participantes, no se registraron casos de secuestro ni de extorsión. Sus amplios volúmenes de personas y la cobertura mediática de los medios de comunicación sirvieron de resguardo contra posibles deportaciones del INM, sobre todo a las familias con niños y otros grupos vulnerables que se quedaban en la retaguardia:

En el caso de Norman y Edilson [adolescentes hondureños no acompañados] la experiencia de sentirse más seguros y acompañados en el el contexto de la caravana también fue una constante en sus testimonios y reflexiones. El factor de la protección y la seguridad que les ofrece la migración colectiva había sido crucial no sólo como detonador de la decisión de emprender el tránsito de manera autónoma […] Norman refirió que asociarse con una madre joven que viajaba con sus dos hijos pequeños le permitió pasar como otro más de sus hijos y eso le dio varias ventajas, como evitar que en un retén le pidieran un documento de identidad propio, o que le permitieran usar los autobuses y el transporte que estaba destinado sólo a las madres con hijos cuando el trayecto a pie se hacía insoportable (Glockner, 2019: pp.157-158).

La seguridad colectiva por el sostenimeinto de las vidas más vulnerables fue quizás el legado político más importante de las caravanas. Abrieron la posibilidad de entretejer diversas estrategias de sobrevivencia y resistencia de/para/entre migrantes como es la socialización de los cuidados de los grupos más vulnerables, la protección colectiva y la visiblidad de todo un pueblo que se manifiesta ejerciendo su derecho a la libre movilidad por una vida digna.

Por otra parte, la reproducción cotidiana de creencias religiosas —sobre todo católicas— ha jugado un papel importante en la integración de un imaginario de comunidad al interior de la caravana. La colectivización de la creencia, que no necesariamente pasa por la institucionalidad religiosa, ha servido como un soporte psicológico y emocional que permite hacer vivible las adversidades por las que atraviesan los migrantes.

Permite además la conformación de una identidad narrativa sobre la que se erigen diversos horizontes comunes de esperanza, los cuales ayudan a hacer frente a la incertidumbre de la espera. Según Olga Odgers (2019) las prácticas religiosas suponen “discursos estratégicos” de la sobrevivencia de los proyectos de los migrantes centroamericanos, resaltando que en estos ejercicios de colectivización de las creencias, las instituciones religiosas están poco presentes.

Desde una dimensión política las caravanas sirvieron para conformar estrategias de denuncia colectiva a las responsabilidades de los gobiernos centroamericanos por las condiciones de desigualdad económica y violencia estructural que padece la mayoría de sus ciudadanos. Al incorporar la manifestación política, las narrativas de los migrantes adquirieron otra forma de pertenencia identitaria, sobre todo desde un ejercicio de ciudadanía en exilio, con la cual los migrantes luchan por su derecho a residir en México sin que sean criminalizados por su condición migratoria. Según Martha Balaguera y Alfonso González, además de un espacio de visibilidad:

La caravana permitió un proceso crítico de concientización o sensibilización, para sus participantes a lo largo del camino de los migrantes. Durante el proceso, los solicitantes de asilo se reunieron con comunidades locales en México, incluidos los desplazados y desposeídos por empresas mineras, proyectos de infraestructura y empresas agroindustriales. Esto permitió a ambos grupos expresarse solidarios entre sí durante todo el viaje. Las conversaciones entre los refugiados y otras personas que luchan contra el desplazamiento permitieron a diferentes grupos ver que están luchando y huyendo de un sistema en lugar de opresores individuales (Balaguera y González, 2018: párrafo 8).

Una de las principales demandas políticas de las diversas caravanas —incluso anteriores a la de 2018— ha sido la de mayores libertades democráticas en sus países de origen. Algunos hondureños que viajaron en la caravana de 2018 sumaban consignas por la renuncia del presidente Juan Orlando Hernández y la restitución del orden democrático, que se vio vulnerado desde 2009 con el golpe de estado al depuesto presidente Manuel Zelaya. Es el caso también de algunos contingentes de jóvenes nicaragüenses que con su desplazamiento en la primera caravana migrante de 2018 denunciaban las terroríficas prácticas de represión del gobierno de Daniel Ortega.

Reflexiones finales

El ciclo de caravanas migrantes que transitan por México no ha terminado. En Honduras y Guatemala continúan las convocatorias a nuevas caravanas por medio de redes sociales oponiéndose, quizás, al retorno a la transmigración clandestina, invisible y peligrosa de años anteriores.

Esto se debe a que las caravanas lograron reconfigurar diversas estrategias de autocuidado migrante de las experiencias que les anteceden, y que pusieron a una escala mediática las renovadas fuerzas de agenciamiento político de y por los migrantes: los caravaneros que, migrando, ejercen su derecho inalienable a sostener sus vidas, defendiéndose de la violencia y la muerte que representa el régimen necrótico de control de fronteras en México.

Los testimonios que recuperamos de entrevistas ya publicadas por otros investigadores (Varela y McLean, 2019; Glockner, 2019), nos permiten comprender cómo la necesidad de cuidados y de seguridad de los migrantes, puede convertirse en ejercicios de autonomía y de acción política, en tanto convergen en un espacio colectivo, como en el caso de las caravanas migrantes.

Estas prácticas de autonomía y de politicidad de cuidados por parte de sectores vulnerados por la necropolítica mexicana, ya habían sido ejercidas anteriormente. Tenemos el ejemplo de 2011, en las comunidades del Municipio Autónomo de Cherán, Michoacán. Bajo el liderazgo de las mujeres, los habitantes de Cherán lograron expulsar de su municipio a las redes de delincuencia que les extorsionaba, secuestraba y asesinaban. Para lograr este destierro del crimen organizado fue disuelta la policía local y se expulsaron a los partidos políticos de la alcaldía, considerados ambos, artífices de la narco-violencia en el municipio. El resultado fue la reducción a cero del número de secuestros y asesinatos. ¿Cuál fue la clave?, quizás la puesta en el centro de la política a los cuidados colectivos, la restitución de bienes en común y la reciprocidad como principio del ejercicio de la autonomía (Parra, 2019).

Lejos de representar una forma improvisada de movilidad —o motivadas por intereses extranjeros, como según dictan algunas teorías conspirativas—, podemos entender que las caravanas migrantes son el producto histórico de múltiples ensayos de visibilidad y de luchas de diversos colectivos migrantes que les han precedido. A lo largo de las “Caravanas de Madres de Desaparecidos” o del “Viacrucis Migrante” se ha moldeado esta estrategia, que muestra la viabilidad de caminar en masa por México hacia Estados Unidos, evitando el endeudamiento por el servicio de “polleros” (traficantes que ofrecen cruzar la frontera a migrantes) y disminuyendo las posibilidades de ser víctimas de las redes de trata, esclavitud y secuestro del crimen organizado.

Las caravanas migrantes han abierto nuevos horizontes de posibilidad para interpretar los fenómenos migratorios, ya que nos ayudan a comprender los nuevos escenarios de lucha social por la restitución de la dignidad de la vida, a partir del ejercicio de autonomía de uno de los actores más subalternizados del siglo XXI: los migrantes como exiliados del despojo y la exclusión del neoliberalismo.

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[1] Las experiencias recientes de luchas migrantes están consolidando un nuevo campo de estudio en las ciencias sociales, sobre todo por las reflexiones que abonan a la reconfiguración de las acciones colectivas de los movimientos sociales del siglo XXI. Subyacen a estas luchas diversos procesos de subjetivación política que están atravesados por el reconocimiento del ejercicio de ciudadanía de toda persona –sea “ilegal” o no- por el hecho de practicar el más elemental derecho a la libre movilidad. Las caravanas migrantes en particular, presentan la novedad de ejercer esta “ciudadanía radical”, poniendo en el centro de su subjetivación política el sostenimiento de las vidas de todo el cuerpo social que representa.

[2] Con más de 20,000 secuestros de migrantes por año, un aproximado de 120,000 migrantes desaparecidos y más de 64,000 cuerpos en tumbas anónimas y morgues públicas, México se ha convertido desde el año 2010 en el país más violento del mundo para migrar. Para más detalles véase Sánchez (2015b).


 

  1. Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), México. Actualmente es Investigador Posdoctoral en el Centro de Estudios Latinoamericanos, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (FCPyS-UNAM), México. Líneas de investigación: comercio popular, identidades étnico-culturales,  migración y redes de cuidados, agenciamientos políticos de sujetos subalternos en la región andina y mesoamericana. Contacto: hparra_garcia@hotmail.com.

  2. Este artículo fue posible gracias al Programa de Becas Posdoctorales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) por lo cual extiendo un reconocido agradecimiento.