Despertar del sueño americano. Las vivencias del retorno de jóvenes migrantes en la frontera sur de México

Primera época, número 8, julio-diciembre 2019, pp. 75-92.

Autores: Iván Francisco Porraz Gómez 1, Rafael Alonso Hernández López 2.

Resumen:

El siguiente trabajo tiene como objetivo reflexionar sobre esa experiencia del retorno que algunos migrantes chiapanecos completan tras realizar la travesía hacia el llamado sueño americano. Para desarrollar esta investigación se efectuó un acercamiento a la juventud rural de Las Margaritas, Chiapas, lugar de origen, que desde hace varias décadas viene incorporándose al mercado laboral internacional. Para ello, se distinguen los elementos discursivos que los hacen reconocerse y crear una identidad propia sobre sí mismos, además de averiguar cuál es la influencia que estos mecanismos ejercen a la hora de meditar el retorno al lugar de origen. Asimismo, se realiza un acercamiento a la interpretación de sus relatos para conocer la visión de la juventud respecto al regreso, así como las nuevas pautas, estilos y prácticas juveniles que se crean al retornar.

Palabras clave: retorno, jóvenes, migración internacional, percepciones, significados y vivencias.

Awakening from the American dream. The experiences of the return of young migrants in the southern border of Mexico

Abstract:

The following work aims to reflect on that experience of return that some migrants from Chiapas complete after making the journey to the so-called American dream. To develop this research, an approach was made to the rural youth of Las Margaritas, Chiapas, which for several decades has been incorporated into the international labor market. For this, we distinguish the discursive elements that make them recognize and create their own identity about themselves, as well as find out what is the influence that these mechanisms exert when meditating the return to the place of origin. Likewise, an approach is made to the interpretation of their stories to know the vision of the youth regarding the return, as well as the new patterns, styles and youthful practices that are created when returning.

Keywords: return, young people, international migration, perceptions, meanings and experiences.

Introducción 3

Yo no sé de dónde soy,
mi casa está en la frontera…
—Jorge Drexler.

La palabra retorno posee numerosas acepciones referidas al regreso, al lugar desde dónde se partió, a regresar a una situación anterior o a volver atrás. Sin embargo, para algunos jóvenes migrantes retornados que intentan reconstruir sus biografías desde sus vivencias en Estados Unidos, el volver a casa no siempre significa “volver a uno mismo”, a “mis costumbres” o “al punto de partida”, pues es un hecho que ha marcado su presente (Porraz, 2010). Para algunos, es momento de rememorar la aventura, y se vuelve una referencia para conversar con sus amigos, familia y “conocidos”; para otros, es vivir en la incertidumbre, la exclusión e incluso el sentirse “extraño” en el lugar donde nacieron y crecieron. Ese sentirse extraño es también alejarse y ser alejado de quienes alguna vez les brindaron cobijo: su propia familia. Los rumores o las alusiones directas son recurrentes por parte de algunos miembros de la comunidad y a veces de su propio hogar: “se viste así porque ya fue a Estados Unidos” o “allá aprendieron a drogarse y tomar mucho trago”.[1] Éstas y otras insinuaciones similares circulan cuando algún joven retornado de Estados Unidos no la “armó”[2]; jóvenes que regresaron sin una “troca”[3] o sin dinero para construir una casa, y que además son vistos con temor por “representar un riesgo” para la comunidad. Por su parte, los jóvenes migrantes retornados asumen ser “dueños de sí mismos”; para ellos esto significa hacer uso de una libertad que ahora tienen, frente a una sociedad donde todo se puede.

A fin de analizar lo anterior, se pretenden distinguir los elementos discursivos que los hacen reconocerse y crear una identidad propia sobre sí mismos, además de averiguar cuál es la influencia que estos mecanismos ejercen a la hora de meditar el retorno al lugar de origen. Asimismo, se realizará un acercamiento a la interpretación de sus relatos y conocer la visión de la juventud respecto al regreso, así como las nuevas pautas, estilos y prácticas juveniles que se crean al retornar. El análisis es producto del trabajo llevado a cabo en la cabecera municipal y algunas comunidades como: Guadalupe Tepeyac y Belisario Domínguez en Las Margaritas, Chiapas, en diferentes periodos entre los años 2009, 2011 y 2013. Para esta labor se hicieron entrevistas a profundidad y se realizaron historias de vida de algunos jóvenes migrantes retornados de manera forzada en edades de entre los 18 a 29 años, tratando de privilegiar el análisis cualitativo.

La estructuración del artículo ha sido planteada con base a cinco aspectos fundamentales: en primer lugar, se incorpora una análisis que pueda ayudar a comprender la migración de retorno, posibilitando así otra lectura desde la experiencia de los jóvenes; seguidamente, se trata de contextualizar la migración en su aspecto municipal; posteriormente se detallan las experiencias de los jóvenes margariteños en el momento de retornar a su lugar de origen; en un siguiente apartado, se procederá a analizar cómo se vive ese retorno hacia Las Margaritas; y por último, se expondrán algunas consideraciones que nos lleven a reflexionar sobre qué significa ser joven retornado.

Jóvenes migrantes: del retorno, a los “múltiples retornos”

En el marco de los análisis de la migración de retorno se han privilegiado temas como: a) el de las posibilidades del llamado “desarrollo translocal”, a partir de la reinserción de las élites educadas, como es el caso de algunos países del Cono Sur, donde se desarrollan programas para que sus migrantes retornen a su lugar de origen y se inserten en la economía del país, así como al rol de la familia y del capital social en el retorno;[4] b) el de las experiencias de los retornados (relativamente exitosos y que asumen una participación directa en la política y administración pública local), bajo un manto civilista y de liderazgo social; y c) el de la ausencia de condiciones que hagan posible la reinserción plena de los retornados (Porraz, 2014). Este último hace referencia a los jóvenes que no tienen posibilidades de empleo o de continuar los estudios; lo mismo ocurre con los niños retornados que encuentran serias dificultades para su reinserción en las instituciones educativas.

En el caso de la migración de mexicanos a Estados Unidos, Ballesteros (2002) sostiene que el retorno está condicionado por los contextos estructurales, particularmente los que ejercen los mercados de trabajo en México y Estados Unidos. Sin embargo, existen también otras razones que influyen en el retorno del migrante; como es el caso de los fuertes lazos familiares permanentes a través del establecimiento de comunidades trasnacionales (Smith, 1999; Portes, Guarnizo y Landolt, 2003; entre otros), que promueven el retorno y se pueden dar más en el caso de los migrantes con responsabilidades conyugales. Asimismo, y de acuerdo con Espinosa (1998), en la migración mexicana existe un proceso de negociación constante en el ámbito doméstico entre el establecimiento y el retorno, principalmente por el reforzamiento de los lazos que facilitan la incorporación del emigrante, tanto en los mercados laborales, como en la sociedad de destino.

Hay que destacar lo que sugiere Hondagneu-Sotelo y Ávila (2010), que plantea la “tensión” entre el establecimiento y el retorno en el interior de los hogares, y señala particularmente para el caso de las mujeres, que éstas consolidan el asentamiento de las familias en Estados Unidos y muestran una menor propensión a regresar, a diferencia de los hombres.[5]

La experiencia del retorno, en su diversidad actual, registra cambios sustantivos que no han sido incorporados en la reflexión conceptual. Quizá uno de los más relevantes, tiene que ver con que la migración internacional de la última década del siglo pasado —y en particular la del presente siglo— se ha distinguido por dos hechos que reestructuran las lecturas del retorno: desde las teorías económicas, las del trasnacionalismo, y las de las redes sociales. El primer hecho alude a la centralidad que hoy registra la migración irregular, indocumentada e “ilegal” (García y Villafuerte, 2014); el segundo comprende la centralidad que ocupa el paradigma de la “seguridad nacional” en las agendas nacionales e internacionales después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 (García y Villafuerte, 2010 y 2013). Se trata de transitar hacia un enfoque que ponga en valor la dimensión política del fenómeno migratorio, en tanto el retorno se torna una decisión directamente de los Estados receptores, en aras de la seguridad nacional de los nuevos enemigos (los terroristas, el narcotráfico y los migrantes del sur). Tan sólo por citar un ejemplo, el Parlamento Europeo (2008) instituyó una Directiva de Retorno que afecta a los migrantes; alienta el retorno voluntario, pero impone también el retorno forzado, es decir, la expulsión de migrantes extracomunitarios en situación “ilegal”.

No obstante, los migrantes retornados no son homogéneos en cuanto a experiencias y vivencias. Algunos se sienten como sujetos trashumantes intentando encontrar un espacio que se les negó históricamente en sus lugares de origen; otros, en cambio, son vistos como el migrante ejemplar que logró hacerse con un patrimonio; y luego hay otros que no son vistos con admiración, ya que para algunos adultos, los jóvenes migrantes retornados, especialmente los solteros, son identificados como sujetos que ya no acatan las normas locales, que traen costumbres que violentan el espacio comunitario y las principales conmemoraciones locales, y en casos extremos se les define como pandilleros que consumen algún estupefaciente (Porraz, 2014).[6]

Dado que el retorno difícilmente puede encuadrarse en un modelo analítico cerrado al no poder obviar su naturaleza dinámica, en atención a los diferentes contextos que claman la contingencia y la irregularidad, resulta pertinente hablar de “múltiples retornos”. En consecuencia, el carácter heterogéneo de fondo es el que exige ampliar la noción de retorno y redireccionarlo hacia la concepción de “múltiples retornos”, que no se limiten exclusivamente al regreso físico de los migrantes (Izaguirre, 2011).

Según Ballesteros (2002), se han elaborado diversas tipologías de la migración de retorno. Una de las más importantes son las que registra la distinción entre retorno permanente y retorno ocasional. Este último comprende el realizado por los emigrantes que regresan por un corto período de tiempo a visitar a sus parientes; para participar de los eventos familiares o comunitarios como cumpleaños, fiestas del pueblo, matrimonios de amigos y parientes, etcétera. Tales visitas no implican ninguna actividad económica o empleo sino un periodo de relajación y placer (Ballesteros, 2002: 20). Por el contrario, el retorno permanente se refiere a la decisión del migrante de restablecerse en su lugar de origen sin la intención de migrar de nuevo o poder hacerlo. En ese sentido, la migración de retorno comprende numerosos aspectos a tener en cuenta al pensar en el regreso: falta de empleo en el lugar de destino, condiciones precarias de salud del migrante, u objetivos alcanzados para migrar (King, 1986; Gaillard, 1994; Ballesteros, 2002; Durand y Massey, 2003, entre otros); sin embargo, también pueden concurrir otros factores, entre los que destacan las prácticas institucionales de los Estados receptores.

Por otro lado, las deportaciones son un caso de migración forzada. Éstas las realizan las autoridades de los países receptores en las fronteras, al momento del cruce o ya en el país receptor, en calidad de inmigrante irregular. El retorno aquí no es decisión del migrante sino de las autoridades receptoras, son éstas las que lo fuerzan a regresar a su nicho. Las deportaciones realizadas por el Gobierno estadounidense son de este tipo, y tal y como señala Guillén (2009), son el componente de la interacción con México y de la legislación entre los Estados, criminalizando la inmigración indocumentada que “se rechaza con mayor tenacidad que nunca”; y que además se ven materializadas en el endurecimiento de la barda fronteriza. Igualmente, las deportaciones no sólo afectan a quienes intentaban o acababan de ingresar, también a mexicanos (y otros migrantes) que ya residían en el país. Otro hecho que puede incluirse dentro de la definición de retorno forzado, es la recesión económica de los años 2008 y 2009, que contuvo la inmigración irregular, así como la salida de los que ya habían ingresado, violando derechos fundamentales como la unidad familiar.

El retorno entendido como el regreso a casa por la fallida empresa de transitar o llegar al lugar de destino, además de la decisión gubernamental de asumir la deportación y la expulsión, ocurre también por la recesión económica de los últimos años que no sólo inhibió el flujo migratorio hacia Estados Unidos, que propició el regreso de quienes ya estaban dentro ante la falta de empleo; también por las trampas y engaños de quienes asumieron el compromiso de “pasarlos” e incluso “colocarlos” en trabajos establecidos de acuerdo con los empleadores. Estos casos, además de otros muchos contextos particulares, son los que, con más frecuencia, concluyen en un retorno forzado.

En adición a lo dicho, es importante considerar lo propuesto por King (1986), quien plantea concebir la migración de retorno con base en criterios socioculturales[7] que nos llevan a analizar este fenómeno no como el punto final de un proceso, ni tampoco bajo un contexto lineal propio de la migración, sino como un hecho que está posibilitando transformaciones en el contexto de origen. En ese sentido, los jóvenes migrantes retornados transportan bienes culturales, capital social y conocimientos, que normalmente no son valorados tan positivamente por los lugareños y familiares —en particular cuando los capitales traídos impactan contra lo establecido—, lo que les lleva a experimentar el rechazo y la exclusión. Esta circunstancia constituye un quiebre generacional con sus prácticas muchas veces divergentes con los parámetros sociales y culturales establecidos. En suma, la práctica del retorno exige sopesar el papel estratégico los jóvenes migrantes, pues como señala King: “la migración de retorno es el capítulo más grande no escrito en la historia de la migración” (King, 2002: 7).

Colofón para migrar

Entender el retorno es también entender el origen, analizar las condiciones en las que se sucede el fenómeno migratorio. Para el caso que intentamos mostrar puntualizamos que el municipio de Las Margaritas, de acuerdo con el último informe del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) 2015, cuenta con una población total de 111,455 habitantes; representa 21.82% de la población regional y 2.22% de la estatal; 49.14% son hombres y 50.86% mujeres. Del total de la población, 47,219 personas de cinco años y más hablan alguna lengua indígena, sumando 40.38% de la población total. En la actualidad, y de acuerdo con Cuadriello y Megchún, 90% de los 37,667 tojolabales que viven en el sureste de Chiapas se localizan en los municipios de Las Margaritas y Altamirano, el resto se distribuye de forma dispersa en los municipios de Comitán, Maravilla Tenejapa, Ocosingo, La Independencia y La Trinitaria (2006: 3-4).

El nivel de marginación en el municipio de Las Margaritas es muy alto, con un índice de 1.2; ocupa el segundo lugar en el contexto estatal, mientras que a nivel nacional se sitúa en el 296. De acuerdo al Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), Chiapas ocupa el primer lugar de las 32 entidades del país en porcentaje de población en pobreza y en pobreza extrema, y forma parte de las tres entidades con mayor pobreza en el país. Por su parte, el municipio de Las Margaritas es uno de los que más evidencian esta realidad, ya que 75,339 habitantes viven en pobreza extrema, es decir, 60.76% del municipio. De sus 398 localidades, 136 tienen un grado de marginación muy alto, representando 34.61%, y 143 localidades se encuentran en un grado alto, sumando 36.39% (CONEVAL, 2012; SEDESOL, 2013).

Los datos mostrados reflejan los graves problemas que viven sus habitantes, es por ello que muchos jóvenes intentan dejar atrás el mundo de vida campesino, obedeciendo al llamado del “tramado doctrinario de la mundialización”, así como a la naturaleza y dinámica de la juventud como etapa de vida (Appadurai, 1996: 14). En los jóvenes margariteños pesan las materialidades (pobreza y marginación ancestral) y las opciones gubernamentales que cancelan no sólo las posibilidades de una reactivación productiva que incorpore la fuerza de trabajo de los jóvenes, sino también un cierre de facto de toda construcción relacional con los mismos; es por ello que la migración figura cada vez más en su proyecto de vida.

Aunque la migración margariteña se viene registrando desde los años noventa, hay algunos que iniciaron la travesía migratoria unos años antes, los llamados “primeros migrantes”; sin embargo, en la siguiente década, el mayor número de jóvenes emigraron siendo adolescentes, en algunos casos, “casi niños” —como ellos mismo decían—. La edad de éstos oscilaba entre los 15 y 20 años.

En la primera década del siglo XXI, empiezan a registrarse partidas mayoritariamente grupales, “hasta con coyotes locales”. En la década anterior, muchos coyotes radicaban en Comitán y Frontera Comalapa, ambos municipios ubicados en la región fronteriza, e incluso en la vecina Guatemala. Asimismo, comienzan a surgir algunas redes con “primos-paisanos” que se instalan en las ciudades fronterizas, lo que hace más fácil el desembarco —tal y como mencionaban algunos entrevistados—. Los que comenzaron a quedarse en alguna ciudad del norte del país, poco a poco fueron encontrando opciones laborales, principalmente en el comercio informal o en las maquilas, aunque con salarios muy bajos, sin derechos o con derechos mínimos y malas condiciones de trabajo. Igualmente, se advierte una mayor socialización sobre las eventualidades de las travesías al norte del país y de éste a los Estados Unidos.

De este modo, las redes, aunque frágiles, fueron comenzando a ser utilizadas por algunos migrantes. Así, por ejemplo, en algunos casos, las iglesias evangélicas fueron utilizadas como estrategia; los migrantes de la cabecera municipal que no tenían los recursos suficientes para pagar a un coyote desde su partida, se apoyaron en ellas para llegar hasta la frontera norte.

Así, los denominados “primeros migrantes” de la década de los ochenta fueron creando estrategias, volviéndose éstas cada vez más dinámicas en su anhelo de lograr llegar hasta la frontera norte. Aunque, al igual que los que emigraron en la primera mitad de los noventa, superar la frontera no fue “tan traumático” —como comentaban algunos— y un número importante de los entrevistados dijo que el cruce lo habían realizado desde Tijuana. No obstante, de acuerdo con el  relato de los jóvenes migrantes de la segunda década, del año 2000 en adelante, los lugares del cruce se diversificaron: Altar (Sonora), Nogales (Sonora), Agua Prieta (Sonora), Nuevo Laredo (Tamaulipas) y Tijuana (Baja California). Además, sus testimonios son realmente impresionantes: “es como atravesar el infierno para llegar a la gloria, así lo sentí”. Sin embargo, el recuerdo del trayecto y el cruce fronterizo hace revivir la experiencia para estos migrantes; esta vez desde una perspectiva diferente, entre desafío y gloria, y con una nueva óptica de ante las adversidades del pasado.

El fin del sueño o “despertar a mi realidad”: problemáticas de los jóvenes migrantes al pensar en su retorno

Es sobradamente conocido el efecto que la experiencia de la migración internacional de los jóvenes migrantes altera la biografía de cada uno de ellos, tanto en su individualidad, como en las relaciones con su entorno inmediato. Pero, a diferencia de una experiencia que adquiere el carácter de regularidad por los periodos duraderos que registra la práctica migratoria, la de los jóvenes migrantes del municipio objeto de este estudio, por su precariedad temporal, genera cambios que tensan las relaciones presenciales propias de los espacios locales. En este sentido, al confrontar la mirada propia de lo dado socialmente con la mirada internalizada de “lo otro”, de otras formas de vida, de otras formas de sociabilidad, de otro mundo social, también se modifica la forma de interactuar. Se trata de una tensión, irresoluble en los términos de todo juego (ganar o perder), y quizás éste sea el punto crítico del mundo global: el suspenso, el sostenerse por fuerzas que no se controlan ni definen por una u otra dirección, ni con fines programados. Los jóvenes migrantes que retornan, salvo quienes aceptan “volver a lo mismo”, transitan en líneas impredecibles (Porraz, 2014).

Las tensiones que viven los jóvenes migrantes, inician, de alguna manera, desde el lugar de origen. El mundo de vida construido con márgenes restringidos de privacidad, intensas relaciones presenciales, y fuerte incidencia de presiones y mandatos externos, no lo sienten propio, no es suyo, y priva la rebeldía y el ansia de vivir un mundo distinto (Porraz, 2014). La experiencia migratoria internacional, la que, por su condición social, es reducida a fuerza de trabajo por el mercado y por el dominio de instituciones que definen un sistema de relaciones en las que no entran los migrantes indocumentados —salvo en su sentido penal—, también provoca rebeldía; propiciando a su vez un proceso de construcción de identidad social, que por frágil que ésta sea, le posibilita incorporar o reinterpretar lo dado y asirse de nuevos significados y símbolos que le permiten valorar y definir los posibles cursos de acción, y dar sentido a su vida presente (Porraz, 2015).

Ésta no es una tarea fácil. La mayoría de los jóvenes migrantes encuentran más obstáculos que caminos allanados en su trayectoria migratoria; dicho con sus propias palabras, “no se corre con mucha suerte en el gabacho”; por lo que el retornar es una idea que está latente en el imaginario del joven, aunque muchos de ellos saben qué significa despertar de lo que fue el sueño americano, o como un joven comentaba, “es despertar a mi realidad”.

Si bien muchos de los jóvenes relataban paso a paso su travesía migratoria, al llegar a abordar los motivos que los llevaron a retornar, fue volver a recordar, a veces con tristeza y con sentimientos encontrados, en punto final de su experiencia. Tal como contaba Diego:

En Estados Unidos me sentía bien, a veces disfrutando del trabajo y de la vida allá. De muchas cosas. Pero no pensé que un problema me fuera a llevar a muchos más. La verdad, que cuando mejor me iba, me pasó una tragedia; pero quizás fue mi error. Me aventuré a pasar algo que está prohibido allá y pues la policía me arrestó. Estuve en la cárcel, y bueno, acá me tienes de regreso (Entrevista a Diego, Las Margaritas, Chiapas, 2011).

La historia de Diego no difiere a la de numerosos migrantes mexicanos. El retorno forzado supone una tragedia que fuerza al migrante a regresar en condiciones imprevistas; el anhelo de ahorrar, para una “troca” o una casa, toca a su fin. Más aún cuando el regreso choca con la idea de volver a su lugar de origen, cuando el “sueño americano era vivirlo allá” pero hay que retornar. Los problemas con la justicia llevaron a Diego a quedar imposibilitado para volver a cruzar, a lo que añadía:

La neta, yo no quería regresar a este lugar, yo decidí que quiero estar allá, pero no se pudo; y más aún cuando tienes problemas con las autoridades. Sí, está más cabrón, pues allá si te tienen fichado y cruzar la frontera era arriesgarse a que me encerraran unos buenos años más en la cárcel, y yo no quería eso ya (Entrevista a Diego, Las Margaritas, Chiapas, 2011).

Por otro lado, el problema del acceso a la atención médica también se perfila como factor determinante para el regreso. Este fue el caso de Benjamín, un migrante que retornó para salvar su vida ante los problemas de salud y la imposibilidad de tratamiento que padeció en Estados Unidos.

Me acuerdo que la segunda vez que fui todo iba bien; hasta que me enfermé allá. Primero del dolor de estómago, luego comenzó más grave y me dijeron que tenía un problema de salud grave y necesitaba operación. Pero quizás mi salud sí me preocupaba, pero fue más, que debía pues preste para el cruce. Ahí sí esta duro. En las noches pensaba: voy a venir a Margaritas, voy a terminar de vender mi casa y quedar rentando o si tenían algún animalito a venderlo, para poder salir de esa cuenta y de la enfermedad. Pero, le digo yo, que sí está difícil; imagínese que para entrar a trabajar de policía aquí en México ya necesitas tener tu secundaria. Si no, no hay trabajo, ni para rejuntar bolitos (borrachos), no hay, si no tiene estudios. La verdad que sí la pasé un poco mal, después de eso regrese para México, pero acá me echaron la mano para que me operaran, pues era algo del hígado y pues ya estoy bien. Pero fue duro. Acá pienso de repente, ¿no se me dio vivir el sueño americano otra vez?; pero tenía que ver, o hasta despertar, que ésta es mi realidad, acá, en México (Entrevista a Benjamín, Las Margaritas, Chiapas, 2010).

Después de realizar el cruce, Benjamín tuvo ciertos problemas de salud, los cuales lo imposibilitaban para trabajar algunas veces, por lo que decidió que retornar era viable para no perder la vida y más aún para poder solventar la deuda que había generado al migrar a Estados Unidos. Después de mejorar su salud y pagar la deuda, se dio cuenta que podría regresar nuevamente, sin embargo, estaba latente su experiencia ingrata en aquel país.

Ante la realidad tan heterogénea que impulsa a los jóvenes migrantes a retornar, este regreso puede leerse desde la óptica de la desterritorialización como metáfora del desarraigo, el desarraigo de lo que fue “propio”, y quizás, parafraseando a Castels y Miller (2004), desde la desespacialización como construcción y deconstrucción del mundo global. Esta realidad corresponde a las nuevas generaciones, las de los jóvenes del siglo XXI, en la que la ajenidad del trabajo y de la vida, y su sentido, son los materiales que la globalización ofrece a los jóvenes para orientar y dar sentido a su existencia presente y futura. Sin embargo, de manera velada o clandestina, los jóvenes reterritorializan su espacio vital, dotando a su condición social de una identidad construida con los precarios saberes y conocimientos adquiridos que, si bien se antojan frágiles, definen la producción de sentido para encarar, recrear y producir, los nuevos imaginarios, en oposición o como reapropiación de los productos que ofrece la globalización y su poder destructivo de la vida.

El retorno después de tres años o menos: “Todos tendríamos que ser héroes”

La vivencia del retorno es contemplada desde múltiples ángulos. A partir de los diálogos establecidos con los jóvenes migrantes retornados, se aprecian comentarios que denotan una vivencia diferenciada, en la que es crucial la importancia del tiempo de estancia en Estados Unidos, pues “el tiempo marca”. De igual manera, es determinante la forma en la que se retornó (de manera voluntaria o forzada). Para quienes tuvieron una estancia laboral de más o menos tres años, la experiencia es positiva; valoran su estancia como exitosa y lograron la mayoría de sus objetivos: ahorrar para la construcción de una casa o comprarse una “troca”. Pero a la luz de la realidad, ya en el lugar de origen, consideran que su presente seguía siendo precario e inestable, “aquí nada se puede hacer”, “no hay trabajo, y si lo hay, está mal pagado”. Una buena parte de los entrevistados comparten ese sentimiento. Comparten también la percepción que se ha venido generalizando en los jóvenes de las comunidades de Las Margaritas: no quieren verse como sus padres en unos años, en abierta confrontación con el papel jugado por el Estado y con una economía de subsistencia. En palabras de Juan:

Yo decidí regresar a mi lugar de origen, no por cosas malas, sino que pude ahorrar y sentí que necesitaba a mi familia. Es chido estar allá, pero, la verdad, llega un momento en que sí sientes angustia y tristeza. Ahorré algo para una casita y pensé que mi objetivo iba cumpliéndose. También te voy a decir que pensé que ya no quiero regresar al trabajo del campo, pues veo como mi papá trabaja; trabaja y no puede hacer muchas cosas, apenas saca para la tortilla (Entrevista a Juan, Las Margaritas, Chiapas, 2011).

El sentimiento de Juan es frecuente en muchos jóvenes migrantes. Son conscientes de que, en su presente, se van cancelando las viejas estrategias de mediano y largo plazo.[8] En la decisión de emigrar pesaba la responsabilidad de solucionar los problemas de la familia e incluso sentirse depositario del mejoramiento o subsistencia de su nicho familiar; ambas tareas lo configuran como un sujeto con un capital vital: el ser joven, capital que ya no tienen sus padres. Pero, al mismo tiempo, se trata de un capital “en bruto”, le toca al joven materializarlo, y con ello —si eso pretenden—, ganar una mejor posición en el entramado social, local y familiar.

En otra entrevista con un joven migrante de la cabecera municipal con estudios medio-superiores terminados, hablaba sobre el significado que para él tuvo vivir la experiencia migratoria internacional y posteriormente retornar; insistía en que los jóvenes que van a Estados Unidos son todos héroes (Porraz, 2015).

Hay de tres: regresas como triunfador porque la hiciste; regresas como triunfador a medias, si lo mides por lo que hiciste en términos de bienes; o vienes como fracasado. Yo creo que sólo por haber ido debíamos ser todos héroes. Porque desde que cruzas ya te la estás jugando: la migra o los cazamigrantes, que están en toda la frontera norte de México, te están esperando. Los primeros te agarran y te deportan, los segundos te matan. Ahora es más peligroso el cruce, hay que hacerlo desde Altar o Sásabe para llegar a Tucson. Ahí te puedes morir, porque es puro desierto y no todos aguantan; te puedes quedar. Lo cabrón de estar allá, y por eso te digo que uno debe ser visto como héroe, es porque ahí uno vive una experiencia que si no la libras, te acaba. Uno tiene que aprender a vivir, o a medio vivir, con el desprecio de los de allá, pues es la tierra de ellos. Y lo más cabrón es que tenés que cambiar tu modo de vida, para empezar con la comida, pero a eso se le junta otras cosas; lo más difícil es no caer en los vicios, y eso ocurre no con muchos migrantes mexicanos, la tristeza los lleva a juntarse los fines de semana para echar trago y gastarse la lana que ganaron. También lo de las viejas. Pero lo más triste, que se da más en los jóvenes, son las drogas, es un vicio que si caes, ya valió nada tu vida (Entrevista a Julio, Las Margaritas, Chiapas, 2011).

Para estos jóvenes, la idea de traspasar la frontera supone un hecho extraordinario en su travesía migratoria. En su lenguaje particular, ser héroe es parte de un todo que implica afrontar las penurias y problemáticas en el viaje, el cruce, la estancia, e incluso el retorno. Ellos, los jóvenes migrantes, internalizan el sentido de la globalización como su propio tiempo, con códigos y claves de acción que se construyen en la misma contingencia; un vivir con una sensibilidad que les posibilita entender y otorgar significado al mundo, y en especial, a “su mundo (Porraz, 2015).

Las condiciones estructurales pesan para los jóvenes migrantes, pues “determinan en gran medida los recursos y oportunidades disponibles para que los jóvenes tengan una transición particular” (Mier, 2007: 85). Sin embargo, estos jóvenes adecuan tanto sus necesidades, como el marco de oportunidades que nace a partir de sus condiciones sociales y culturales. Tal y como se ha señalado, logran insertarse en el mundo laboral como producto de las carencias por las que atraviesan, siendo, además, depositarios de obligaciones, como apoyar económicamente a sus familias para poder subsistir; en gran medida, estas circunstancias reflejan la situación de pobreza y vulnerabilidad de sus trayectorias de vida, debatiéndose entre la precariedad y el desafío.

Llegados a este punto, ¿cómo se representan estos jóvenes al interior de la familia? A pesar de que muchos jóvenes describieron situaciones de discriminación, violencia y condiciones precarias en sus empleos en Estados Unidos, siempre les complace rememorar la odisea del viaje. El peligro forma parte de ese relato que, como ellos dicen, “los hace ser héroes”. En la familia se han ganado un lugar importante; primeramente porque se es hombre, porque se ha migrado y más aún porque se logró hacer con un patrimonio, a pesar de las adversidades. En este sentido comentaba el padre de Juan:

Yo siento orgullo por mi hijo, pues migró. Conoce otro lugar y porque ya está haciendo su casita; a nosotros nos ha apoyado también, a sus hermanos, y eso es importante. Creo que ahora se viste un poco diferente y tiene tatuajes; en su nueva forma de ser. Pero yo siento que lo importante es que hizo algo ahora que regresó. Con sus ahorros ya está haciendo algo que muchos de acá no lo van lograr (Entrevista a Manuel, Las Margaritas, Chiapas, 2011).

La experiencia del retorno de algunos jóvenes ha sido encontrar un espacio acogedor, siempre y cuando el regreso conlleve la obtención un ahorro como consecuencia de esa migración. En el ámbito familiar, el joven que migró es un nuevo sujeto; tiene o se ha ganado un mejor lugar en la familia. La analogía del héroe resulta adecuada para describir la percepción de este retorno, que se puede considerar exitoso. El dinero obtenido a través de las remesas que enviaba el joven a su familia para ahorrar, puede verse ahora materializado en la construcción de la casa familiar, que cuenta con materiales más sólidos, como ladrillo, blocks o cemento. Los pisos son de concreto y ya no de tierra; los baños también se modernizan, desapareciendo las letrinas. La nueva casa se vuelve un símbolo de esa migración exitosa; la “troca” estacionada representa también ese esfuerzo de haber atravesado la frontera (Porraz, 2014). Sin embargo, qué ocurre cuando ese joven no consiguió ahorrar, comprar un bien, y más aún, tener una nueva forma de vestir y de sentir lo juvenil; cuando su familia le ha dado la espalda, sus amigos, vecinos o conocidos del pueblo o la comunidad lo ven como un factor de riesgo, pues tiene algún vicio o no representa al migrante exitoso; cuando él mismo se siente extraño, ya que no quería volver a su lugar de origen en esas condiciones.

El retorno, jóvenes con más de cinco años en Estados Unidos: “ser extraño en el lugar donde crecí”

Un modo de vivir y sentir el retorno de los jóvenes migrantes fue “sentirse extraño en el lugar donde se nació” ¿Qué significa ser extraño en el hogar familiar? ¿Se puede ser extranjero en mi propio hogar? Éstas y otras preguntas surgen a partir de las experiencias compartidas con algunos jóvenes cuyo retorno difiere mucho de los que se asumían como héroes —mencionados en el apartado anterior—. La mayoría de estos jóvenes había tomado la decisión de no regresar a Las Margaritas, sin embargo, por azares de la vida estaban nuevamente ahí y sentían que no era los mismos; que aquel hogar, aquella esquina del barrio, aquella comunidad ya no les sabía igual. “No me siento cómodo” era reflexión recurrente en gran parte de estos jóvenes.

Durante el trabajo de campo, hubo oportunidad de conocer a Diego, un migrante retornado que días antes, en el barrio de Sacsalum, en la cabecera municipal de Las Margaritas, se rumoreaba que había amenazado con pistola en mano a un señor del barrio de San Sebastián que debía dinero a su papá. Ese señor, de nombre Armando, quien también había sido entrevistado unos meses atrás, platicaba sobre los problemas que había tenido con Diego:

Mire, yo estaba necesitado de dinero una vez; era una emergencia. Entonces fui a buscar a un señor de Sacsalum; es conocido porque prestaba dinero. Me prestó como cuatro mil pesos, pero sucede que este señor estaba prestando el dinero que le enviaba su hijo del otro lado, según sus ahorros. Lamentablemente, este muchacho estuvo con broncas en Estados Unidos y regresó. Según dicen, andaba en cosas malas allá. Además, si usted lo ve, son de esos jóvenes que vienen con otras costumbres y hasta otra forma de vestir. Yo había quedado con su papá en los pagos; lamentablemente me he atrasado. Pero este muchacho llego un día a amenazarme que si no le pagaba me iba a matar. Y bueno, se hizo un gran alboroto pues (Entrevista a Diego, Las Margaritas, Chiapas, 2011).

Algunos días después de conversar con Armando se hizo el intento de comunicar con Diego; sin embargo, se negó a ser entrevistado. En esa misma semana, mientras salía de una cantina de la cabecera municipal, accedió a platicar. Desde un primer momento, se percibía que su salida de Estados Unidos había sido por problemas con la ley. Asimismo, recalcaba que después de ocho años de estar en aquel país, no había querido regresar a Las Margaritas:

Hace tiempo que salí de Las Margaritas; la verdad me fui porque me sentía sólo acá. Necesitaba dinero también. Mi mamá había muerto hace unos años; me quedé con mi papá y dos hermanos menores más. Era difícil, pero me fui al otro lado. Como te dije hace rato cómo crucé y un poco de mi vida allá, pero, la verdad, yo decidí que no quería volver acá. En primera, porque si te das cuenta, es un pueblo donde no hay chamba; no hay mucho que hacer, pero yo ya había decidido estar allá. Los que migramos pal otro lado y después regresamos a nuestro lugar de origen, se siente uno como extraño en la comunidad; hace como ocho años que no había regresado y a veces me siento incomodo, ya me había acostumbrado a allá. Y luego también a uno lo critican por vestirse de cierta manera; en cambio allá, en los Estados no hay nada de eso, porque hay muchos que se visten igual que uno, así es la moda pues; en cambio, aquí de todo se espantan (Entrevista a Diego, Las Margaritas, Chiapas, 2011).

Muchos de los jóvenes retornados que vuelven a sus lugares de origen, repatriados o en situaciones de conflicto, no cumplieron con el objetivo que promueve el imaginario de la migración (los bienes materiales, la casa, el carro); y que, por el contrario, recrean y resignifican las transformaciones de su vida social y cultural fuera de su comunidad. Hacen uso de una estética, un estilo o una facha muy particular —como dicen los jóvenes margariteños—, cuya apariencia corporal visibiliza ya la vestimenta norteña, tanto la del pocho o la del joven rockero. Sienten ese espacio como negado, a pesar de haber crecido allí. Ese “ser raro”, diferente, los lleva a entrar en conflicto con su entorno y con los suyos. Tal como sostiene Reguillo, los jóvenes se ven expuestos a situaciones de mayor vulnerabilidad y pobreza al vivir con “carencia propia su edad, su aspecto, su estilo” (2009: 399).

En este sentido, el sueño americano se convierte también en una pesadilla. Si bien buena parte de las percepciones de la familia y de los habitantes de la comunidad derivan de las transformaciones del joven migrante retornado —hecho visible en el vestir y en prácticas disímiles a la de otro jóvenes—, pesa también el hecho de un retorno que visibiliza el fracaso, el no haber enviado remesas o haberlas dejado de mandar, así como retornar sin recursos para pagar las cuentas del viaje; adeudos que, generalmente recaen sobren el padre. En consecuencia, si el retorno del joven registra un comportamiento acorde con los patrones culturales del lugar donde trabajó, la percepción negativa que se origina en el seno de la comunidad transforma al joven migrante en sujeto de riesgo.

El cambio o transformación del individuo deviene de la experiencia migratoria, pero este fenómeno también se produce al contactar de nuevo con el entorno del lugar de procedencia. Como indica Denys Cuche, los migrantes pueden sentir un desfase cultural cuando regresan a lugar de origen, “ese desfase puede ser doble: han cambiado, pero también ha cambiado su país, lo que podría provocar conflictos o choques” (2007: 144). Ahora bien, los jóvenes son conscientes de que al no haber podido conseguir hacerse con un patrimonio, al adoptar otras ideas, un estilo de vida juvenil, o su adicción a la marihuana (u otras drogas), son hechos o razones para que su familia y la comunidad lo vean con temor y lo excluyan del mundo de vida familiar y comunitario.

Aunque el entorno del país receptor sea per se un espacio de exclusión por ser latinos, mexicanos o indígenas, se tiene la capacidad de apropiación de prácticas y conocimientos vinculados a las culturas juveniles y modelos de vida de contextos que no son propios. En cambio, cuando el retorno trae consigo el cambio cultural, y éste no concuerda con el definido por la familia y la comunidad, esto es, el éxito (en forma de dólares o las remesas), la respuesta local es la de la exclusión, el rechazo abierto o el temor como pretexto para justificar su pronta salida del lugar de origen. Esos jóvenes solteros que han fracasado “no siempre tienen voz para expresar sus opiniones y sentimientos al interior de sus familias y comunidades; sólo los adultos discuten y toman decisiones” (Bertely, Saraví y Abrantes, 2012: 8).

Al momento de observar las impresiones de los adultos sobre estos jóvenes que no lograron “hacerla”, se lograba percibir que las adjetivaciones de “amenaza” o de “riesgo” les servían como excusa para generar una dialéctica de relaciones con una clara incitación a la confrontación. El hecho tangible que hace que estos jóvenes migrantes no tengan cabida en la familia y la comunidad, hace de ellos un sujeto que asume su nuevo estatus de “extraño”; se vuelve el extranjero que después de un tiempo no encuentra su espacio como cuando se fue “al otro lado”, aunque en su fuero interno se crea capaz de sobrevivir en ese espacio que fue suyo y ahora se le niega.

Reflexiones finales

Analizar la figura del joven migrante retornado, implica ubicar la mirada etnográfica y sociológica de los jóvenes rurales en el contexto del movimiento migratorio México-Estados Unidos. Esta labor posibilita entender cómo estos migrantes jóvenes construyen las razones de la decisión de emigrar y los resultados a la hora de plantear el retorno (Porraz, 2014). Esta discusión introspectiva se produce en términos cuantitativos (de remesas y ahorros), así como en términos subjetivos (el de los logros y los fracasos del joven y de éste para con su familia). En este sentido, el diálogo abierto con los jóvenes migrantes retornados permite entender, partiendo de sus testimonios, las formas discursivas sobre cómo se defienden en los ámbitos de conflictos, que van desde el hogar y la comunidad, hasta las instituciones, tanto gubernamentales como privadas, en los contextos más amplios. Asimismo, su encuentro con el país de llegada, donde se difumina el racismo, la discriminación, la violencia y la intolerancia —en el discurso y la práctica—, como conductas y comportamientos normalizados de la sociedad, hace que la vida de estos migrantes jóvenes se desarrolle en un clima incierto, ante la amenaza del retorno por la vía de la detención y la expulsión. Retornar, adquiere múltiples significados para el migrante; puede suponer alcanzar el éxito, o por el contrario, representar el fracaso o la pérdida de libertad, sin posibilidad de negociación para su permanencia.

En atención al tiempo, el retorno y la forma de éste, se traduce como una experiencia derivada de su contacto con otros universos simbólicos que pueden traducirse en nuevas formas de representaciones sociales o en formas conflictivas de reinserción social y laboral en su localidad de origen. El migrante afronta la incertidumbre de no saber cómo se vive ese proceso de reinserción o qué significa asumir determinados estilos, desde su condición juvenil, en el espacio de origen.

Los espacios de origen también son escenarios de las transformaciones del bienestar y del mercado de trabajo, pues poco a poco han alterado las formas tradicionales de relación entre el individuo y sociedad. El análisis micro, meso y macro del retorno, desde la mirada del mismo joven migrante, pone en juego una experiencia que bien puede ser muldimensional o restringida; y que, en atención al tiempo vivido como tal, se ponen en juego los contactos personales y los repertorios culturales aprendidos, hibridándose y resultando dimensiones de valía para la investigación misma.

La categoría “múltiples retornos” nos ayuda a entender que, aunque la mayoría de los jóvenes que retornan encuentran un espacio acogedor en su comunidad de origen, existen experiencias que dan fe de lo contrario. Es decir, la percepción negativa del joven retornado que adoptó prácticas culturales que los diferencia en la comunidad, contribuye a considerarlo como un factor de peligro; lo que los obliga a salir nuevamente de sus lugares de origen y enfrentarse a un espacio del que tal vez intentó desprenderse al haber decidido el regreso a su casa[9] (Porraz, 2014). Aunque en el municipio de Las Margaritas los jóvenes no se enfrentan a estas situaciones de manera habitual, no debe perderse de vista la vulnerabilidad y los riesgos que estos jóvenes, con origen campesino, enfrentan al ser arrojados a un espacio social que no integra, sino excluye y discrimina, orillándolos a pequeñas comunidades de pandilleros como forma de sobrevivencia, con resultados a veces lamentables.[10]

Asumir determinados estilos de su condición juvenil adoptados fuera del lugar de origen también puede llevar a la exclusión. Los jóvenes migrantes retornados han sido parte de ese rechazo en sus entornos, pues la vulnerabilidad y exclusión se reproducen a nivel micro.[11] Tal como nos afirma Saraví:

La exclusión social representa el núcleo de una “nueva cuestión social” en la medida que nos plantea interrogantes y desafíos respecto a sociedades que de manera esquizoide se adhieren a un modelo homogéneo y globalizado pero que a la vez producen y reproducen interiormente múltiples micro y mesoespacios de exclusión (Saraví, 2009: 21).

Desde la perspectiva de los jóvenes migrantes retornados, existen problemas que se refieren a las trayectorias y desplazamiento en tiempos y espacios situados, pero también sienten exclusión en sus propias familias cuando no se logró un bien patrimonial, lo que lo lleva a ser estigmatizado; más aún cuando el migrante fue retornado de manera forzada, es decir, repatriado.

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Fecha de recepción: 29 de enero de 2019.

Fecha de aceptación: 07 de mayo de 2019.


[1] Este término era utilizado para referirse a las personas con problemas de alcoholismo.

[2] Palabra usada para referir el fracaso.

[3] Camioneta.

[4] Sobre estos temas se han realizado investigaciones en Europa y América del Sur, así como en algunos países africanos; en el caso de México se ha estudiado el vínculo con el desarrollo local. Este enfoque ha sido desarrollado en los trabajos realizados por García Zamora y Orozco (2009).

[5] Estas mismas afirmaciones han sido compartidas por Curran y Rivero (2003).

[6] Robert Courtney (2006), señala en su obra cómo algunos migrantes menores de edad que se encontraron con problemas legales o fueron integrantes de las bandas en Nueva York, huyeron a Ticuani, una comunidad enclavada en la sierra de Puebla, y se dedicaron a una vida de pandilleros prácticamente sin que la población de los otros jóvenes locales y varones adultos pudieran hacer algo para evitarlo.

[7] Otro de los presupuestos teóricos de este tipo de estudios fue la llamada orientación cultural del migrante, o la cultura de la migración, así como las llamadas remesas sociales propuesta por Levitt (2001).

[8] Corto plazo: el vivir cotidiano que contempla los campos del estudio, del trabajo, la relación los padres, los hermanos, esparcimiento, cortejo, servicios, desarrollo de la presencia social adulta; de largo plazo: matrimonio, profesión, acumulación económica, herencia, prestigio, medio vital (Burak, 1998).

[9] Así, por ejemplo, en el municipio de San Pedro Michoacán dos jóvenes presuntamente migrantes fueron encarcelados ya que fueron acusados por “quebrantar” las normas de convivencia de la comunidad (Véase Porraz, 2014).

[10] A este respecto, sirve de ejemplo el caso de las Maras en Centroamérica, México y Estados Unidos, donde pertenecer a éstas implica un desarraigo de la familia y la incorporación a los homies del barrio, el grupo primigenio y la señal más inteligible de lealtad y pertenencia. Además, señalar la vulnerabilidad de caer en las drogas. Así, un estudio hecho por el DIF y los Centros de Integración Juvenil (CIJ) en algunas ciudades del país reveló que los menores de entre 12 y 17 años de edad que no tenían ningún contacto con las drogas en México y que vivieron y trabajaron durante más de tres meses en Estados Unidos ahora consumen marihuana, cocaína, crack, metanfetaminas, éxtasis, solventes inhalantes y heroína. El 62% de los jóvenes mexicanos que son deportados iniciaron el consumo de drogas en Estados Unidos (Alcántara, El Universal, octubre 2007).

[11] La exclusión de los jóvenes en México es un asunto que se ha agudizado en los últimos años. Nateras afirma al respecto: “ya sea por obcecación ideológica de los sectores más conservadores de la sociedad, o por omisiones atribuibles al desentendimiento del Estado y las elites económicas por ofrecerles opciones de inserción en el mercado de trabajo, acceso a la educación y a los servicios públicos, las estadísticas parecen indicar que hay un exceso de población joven que se percibe como prescindible y muchas veces como causa de los problemas sociales” (2010: 28).


 

  1. Doctor en Ciencias Sociales y Humanísticas por el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (CESMECA-UNICACH). Actualmente es investigador asociado en El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR), unidad Tapachula, en el Grupo Académico de Estudios de Migración y Procesos Transfronterizos del Departamento de Sociedad y Cultura. Líneas de investigación: jóvenes migrantes, Estado y violencia en el sur de México y Centroamérica. Contacto: iporraz@ecosur.mx.

  2. Doctor en Ciencias Sociales por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS-Occidente). Actualmente es Coordinador del Doctorado en Estudios de Migración de El Colegio de la Frontera Norte (COLEF). Líneas de investigación: migración en tránsito, racismo y etnicidad. Contacto: rahernandez@colef.mx.

  3. Parte de este texto se desprende de los resultados de la tesis doctoral: Porraz Gómez, Iván Francisco, (2014), Más allá del Sueño Americano. Jóvenes migrantes retornados a Las Margaritas, Chiapas, CESMECA-UNICACH, México.